miércoles, enero 14, 2009

Sobre la masacre de Sabra y Shatila (1982):

Las matanzas se produjeron en los dos campos contiguos de Shabra y Shatila entre las 6 de la tarde del 16 de septiembre y las 8 de la mañana del 18 de septiembre de 1982, en una zona controlada por las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI). Quienes las perpetraron eran miembros de las milicias falangistas ("kata´eb", en árabe), fuerzas libanesas armadas por Israel, además de estrechos aliados suyos desde el inicio de la guerra civil en el Líbano, en 1975. Entre las víctimas de estos actos de violencia, que se prolongaron durante 62 horas, se encontraban bebés, niños, mujeres (algunas de ellas embarazadas), y ancianos. Algunos de los cuerpos fueron mutilados o destripados antes o después de ser asesinados. Por citar tan sólo uno de los relatos de un testigo ocular tras la masacre, el del periodista norteamericano Thomas Friedman, del New York Times: "Ví sobre todo grupos de jóvenes de entre veinte y cuarenta años que habían sido alineados contra los muros, maniatados de pies y manos, y segados luego con ráfagas de ametralladora al estilo gangsteril".

Una comisión oficial de investigación israelí -presidida por Yitzhak Kahan, presidente del Tribunal Supremo- investigó la masacre y, en febrero de 1983, se publicaron sus conclusiones (desprovistas del Apéndice B, que hasta el momento sigue siendo secreto). La Comisión Kahan estableció que Ariel Sharon, entre otros israelíes, era responsable de la masacre:

"Según nuestro punto de vista, ha de imputarse al ministro de Defensa la responsabilidad de haber hecho caso omiso del peligro de que se produjeran actos de venganza y derramamiento de sangre contra los pobladores de los campos de refugiados por parte de los falangistas, y de haber sido incapaz de tener en cuenta este peligro al permitir que los falangistas entrasen en los campos. Por añadidura, ha de imputarse al ministro de Defensa la responsabilidad de no ordenar que se tomaran las medidas apropiadas para impedir o reducir el peligro de una masacre como condición para permitir la entrada de los falangistas en los campos. Estos errores constituyen una omisión de deberes que correspondían al ministro de Defensa."

La Comisión concluyó asimismo: "[E]n su reunión con los comandantes falangistas, el ministro de Defensa no hizo ningún intento por resaltar la gravedad del peligro de que sus hombres cometieran una matanza.... De haber quedado claro para el ministro de Defensa que no podía ejercerse supervisión alguna sobre la fuerza falangista que entraría en los campos, con el consentimiento de las FDI, su deber habría consistido en impedir su entrada. La utilidad de que los falangistas penetraran en los campos era completamente desproporcionada en relación con los daños que su entrada podía provocar en caso de que fuera incontrolada". La Comisión hizo notar además que "Dejaremos constancia aquí de que resulta manifiestamente desconcertante que el ministro de Defensa no hiciera en absoluto partícipe al primer ministro [Menajem Begin] de la decisión de permitir la entrada en los campos a los falangistas."

Sobre la masacre de Qibya (1953):

El historiador israelí Avi Shlaim escribió lo siguiente sobre esta masacre: "Las órdenes de Sharon consistían en penetrar en Qibya, dinamitar las casas e infligir un elevado número de bajas a sus habitantes. Su éxito en la ejecución de estas órdenes sobrepasó cualquier expectativa. La macabra historia completa de lo que sucedió en Qibya se reveló sólo a la mañana siguiente del ataque. La aldea había quedado reducida a escombros: 45 casas habían sido voladas, y 69 civiles, dos tercios de ellos mujeres y niños, habían sido asesinados. Sharon y sus hombres adujeron su creencia de que todos los habitantes habían huido y que no tenían idea de que estuvieran escondidos en sus casas. El observador de las Naciones Unidas que inspeccionó la escena llegó a una conclusión diferente: "Una vez tras otra se repetía la misma historia: las puertas astilladas por las balas, los cuerpos caídos en el umbral, indicando que los habitantes se habían visto obligados por un intenso fuego a quedarse en sus casas hasta que las volaran con ellos dentro. La matanza de Qibya fue descrita por aquel entonces en una carta enviada al presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unida por el Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Jordania en los Estados Unidos, fechada el 16 de octubre de 1953 (S/313).

"El 14 de octubre de 1953, a las 9.30 de la noche, escribió- las tropas israelíes lanzaron un batallón al ataque de la aldea de Qibya, en el reino hachemita de Jordania" (en aquella época, Cisjordania estaba anexionada a Jordania). De acuerdo con el relato de este diplomático, las fuerzas israelíes entraron en la aldea y asesinaron sistemáticamente a todos los moradores de sus viviendas, utilizando armas automáticas, granadas y bombas incendiarias. El 14 de octubre, se recuperaron los cuerpos de 42 civiles; varios cuerpos más permanecían todavía bajo los escombros. La escuela de la localidad, un aljibe de agua y 40 casas quedaron destruidas. En la aldea se encontraron explosivos israelíes que no habían sido utilizados y que mostraban distintivos en hebreo del ejército israelí . Alrededor de las 3 de la madrugada, y con el fin de cubrir su retirada, las tropas de apoyo israelíes comenzaron a bombardear las aldeas vecinas de Budrus y Shuqba desde sus posiciones en el interior de Israel.

El Departamento de Estado norteamericano emitió un comunicado el 18 de octubre de 1953 expresando sus "más hondas simpatías por los familiares de quienes perdieron la vida" en el ataque contra Qibya, así como su convicción de que los responsables "deberían responder de sus actos y que deberían tomarse medidas efectivas para impedir incidentes semejantes en el futuro". (Department of State Bulletin, 26 de octubre de 1953, pág. 552).

En la reunión del Consejo de Seguridad del 20 de octubre de 1953, se decidió por unanimidad examinar las violaciones recientes del Acuerdo General de Armisticio, así como el ataque de Qibya en particular. Se acordó que el Consejo invitara a su representante, el general de división Vagn Bennike, Jefe de Estado Mayor de la Organización de Supervisión de la Tregua de las Naciones Unidas, y escuchase su informe, con el fin de conseguir una información precisa sobre lo sucedido.

El general Bennike informó al Consejo de Seguridad el 27 de octubre de 1953. Afirmó que, tras recibir quejas jordanas acerca de una incursión llevada a cabo por fuerzas militares israelíes durante la noche del 13 al 14 de octubre, entre las 9.30 p.m. y las 4.30 a.m., un equipo de investigación partió de Jerusalén en dirección a Qibya a primera hora de la mañana del 15 de octubre. Al llegar a la aldea, el Presidente Suplente de la Comisión Mixta de Armisticio comprobó que se habían destruido entre 30 y 40 casas. En el momento de abandonar Qibya el Presidente Suplente se habían desenterrado 27 cadáveres de entre los escombros.

Los testigos se mostraron uniformes en su descripción de una noche de horror, durante la cual los soldados israelíes se habían paseado por la aldea volando viviendas, disparando contra puertas y ventanas con armas automáticas y lanzando granadas. Una serie de granadas de mano sin estallar, con letras hebreas que señalaban su reciente fecha de fabricación en Israel, así como tres sacos de TNT, aparecieron dentro y alrededor de la aldea. Se celebró una reunión urgente de la Comisión Mixta de Armisticio en la tarde del 15 de octubre y se aprobó con el voto de la mayoría una resolución que condenaba al ejército regular israelí por haber llevado a cabo el ataque contra Qibya, como violación del artículo III, párrafo 2,62/ del Acuerdo General de Armisticio entre Jordania e Israel. El Jefe de Estado Mayor declaró que había discutido con el Presidente Suplente de la Comisión Mixta de Armisticio las razones por las que había apoyado la resolución que condenaba al ejército israelí por haber llevado a cabo el ataque y, tras escuchar sus explicaciones, le pidió que las pusiera por escrito. Los argumentos técnicos presentados por el comandante Hutchison en su memorándum se consideraron convincentes por parte del Jefe de Estado Mayor.

En la reunión del Consejo de Seguridad del 16 de noviembre de 1953, el representante de Jordania solicitó que el Consejo condenara a Israel por la masacre de Qibya en los términos más contundentes, y pidiera a Israel que encausara y castigase a todos los funcionarios israelíes, militares o civiles, responsables de esas muertes. El representante del Líbano hizo una petición similar. La resolución 101 del Consejo de Seguridad, adoptada el 24 de noviembre de 1953 (con la abstención del Líbano y la URSS), consideraba que la acción de represalia de Qibya llevada a acabo por fuerzas israelíes era una violación de las disposiciones de alto el fuego de la Resolución 54 del Consejo de Seguridad (1948) y contravenía las obligaciones de las partes, de acuerdo con el Acuerdo General de Armisticio entre Israel y Jordania y la Carta de las Naciones Unidas, expresaba "la censura más severa de dicha acción". La resolución pedía también a los gobiernos de Israel y Jordania que impidiera cualquier acto de violencia a ambos lados de la línea de demarcación, pero no pedía a Israel que considerase responsables a quienes habían realizado la masacre y los pusiera a disposición de la justicia.

http://www.libreopinion.com/members/jose_marmol/sabra_y_shatila.htm

El lento genocidio de los palestinos (P. Dragnic, 4.I.09)

Amigos/as, hermanos/as:

¿Cómo permanecer indiferentes ante el genocidio israelí contra los Palestinos de Gaza? ¿Cómo no orar al Dios de Jesús expresando nuestra indignación y súplica para que se manifieste en favor de las víctimas? ¿Cómo felicitarnos en estos días de Navidad en esta noche oscura del pueblo palestino?

Quizá este artículo nos ayude a comprender mejor la gravedad de la situación vivida hasta hoy. Dispensen que me abstenga de felicitaciones.

Saludos.
P. Donald Mendoza, escolapio

El lento genocidio de los palestinos
Correo Electrónico enero 4, 2009 Por Pao Dragnic

Hace ya dos años que volví de Palestina y desde entonces, quiero escribir este mail. Pero es tan grande todo lo vivido, que en dos años no he podido sentarme a resumir todo lo que quisiera contarles, para que al menos pudieran dimensionar lo que ahí sucede. Porque eso me pasó a mí. Creí ser conocedora del tema -algo al menos- creí saber y entender algo del "conflicto" y de la "causa", pero nada se asemeja a vivirlo. No hay libro que uno lea y no hay imágenes que uno vea, que puedan graficar lo que ahí sucede. Uno puede ser un "experto" en la materia, pero si no se ha pisado ese suelo, si no se ha respirado ese aire, si no se ha palpado esa miseria, es imposible llegar a comprender el lento genocidio que ocurre en esas tierras.

Es imposible, porque quienes lo cometen han sido las grandes víctimas del siglo XX y entonces cualquiera que acaso condene alguno de sus actos, corre el riesgo de ser tachado de antisemita. De hecho, eso aprendimos en el curso de "Conflicto en Medio Oriente" al que entré como invitada de piedra a unas cuantas horas de Tel Aviv. A la veintena de periodistas latinoamericanos que estábamos ahí, nos entregaron un riguroso listado de claves conductuales que se titulaba: "Cómo identificar el antisemitismo del siglo XXI". Y creo que muchos lo leímos y en voz baja pensamos que fácilmente seríamos tachados de antisemitas. Por eso, muchos callan. Porque ser antisemita ante el horror del holocausto, es algo inaceptable hoy, a más de 50 años de esa masacre original que le devuelve la mano al destino, convirtiendo a sus propias víctimas, en monstruos sedientos de sangre, como si la venganza ante el dolor sufrido, saliera a borbotones medio siglo después.

Ahí está el primer gran error. El holocausto judío nos avergüenza como especie. No hay duda. Al recorrer los campos de concentración que quedaron como vestigio, uno se pregunta cómo pudo existir ese infierno, mientras el mundo seguía girando. Cómo en esos precisos instantes, no fuimos capaces de detenerlo. Cómo fue posible que millones de seres fueran perseguidos, torturados y asesinados de la forma más cruel, en el más completo silencio del resto del planeta. Quizás, luego de la desolación y el horror que uno siente, eso es lo que más sorprende del holocausto: la indolencia y complicidad silente. Hoy, muchas décadas después, lo condenamos y somos cuidadosos al tener el más mínimo acto de aceptación de alguna actitud nazi... ¿verdad?

¿Tendrán que pasar nuevamente décadas para que entonces nos preguntemos cómo fue posible que en el más completo silencio se masacrara a los palestinos?

¿Entonces seremos capaces de ver las fotos de los moribundos detrás del muro esperando comida? ¿A las mujeres pariendo en las fronteras establecidas por el sionismo? ¿A los prisioneros que Israel mantiene en condiciones infrahumanas? ¿Veremos entonces el muro y sus rejas interminables, con un judío hablando detrás de un vidrio mientras te grita que te quites la ropa una y otras vez, solo para atravesar de una lado a otro y poder visitar a tu familia? Y lo que parece más terrible aun, ¿las fotos de los palestinos tatuados con un número en los brazos como un carnet imborrable que les autoriza entrar a Jerusalén? Sí, tatuados. Igual que esas fotos espantosas de esqueléticos judíos fichados en los Campos de Concentración. Hoy, de palestinos.

¿Tendrán que pasar otros 50 años para que podamos ver todo esto y no sentirnos amenazados de ser antisemitas?

Ahí está el primer error que los judíos sionistas han sabido calarnos profundamente, para entonces amparar las más atroces injusticias que sus propios antepasados sufrieron bajo el yugo de los nazis. No hay que aceptar más este chantaje moral. Se que este mail bastará, para que mi nombre entre en la lista de los antisemitas. Pero no lo soy. Mi padre, yugoslavo, eslavo y casi gitano, sobrevivió a la limpieza étnica de los nazis y él mismo me enseñó que los nacionalismos enfermizos como el que persiguió a su pueblo en la Segunda Guerra, son la lacra social más terrible que puede existir. ¿Y qué es el sionismo de Israel sino un nacionalismo moderno y enfermo?

Un nacionalismo que, en sus vertientes más colonizadoras cercanas al socialismo (supuestamente ateo), apela a razones bíblicas para demandar un territorio que, además, pretende limpiar de las otras razas que ahí habitan. El sionismo es racista. No porque en sus principios esté escrito o porque la ONU en 1975 lo haya dicho en una resolución, sino simplemente porque no tolera la coexistencia de otros pueblos y actúa en esa dirección.

Como todos, crecí repudiando el holocausto y de cerca, con mi padre y sus historias.

Tanto me enamoré de la "causa", que a los 19 años estuve a punto de irme a Kibutz, embobada en mi adolescencia por la justicia tardía para el pueblo judío. Enamorada de "la causa" y de la propuesta socialista de construir patria mancomunada en el desierto. Sin una gota de sangre judía, sentí que mi raza eslava estaba con ellos y si algo podía hacer concretamente, era ayudarlos a sembrar, en un proyecto de vida que aun quisiera para mis hijos. En paz, comunidad y tolerancia.

Veinte años después conocí uno de los kibutz más emblemáticos de la oleada que se creó en los '70. Y sigo creyendo que es un proyecto precioso, sino fuera por "el alto costo humano que representa". Supe como se reparte el sueldo de todos para la comunidad, compartí con ellos el Hanukkah, vi los huertos inmensos perfectamente regados, las áreas comunes y su intimidad. Pero esta vez también vi los restos de casas bombardeadas, "tan moriscas en su arquitectura", que se levantan en medio de los verdes sembradíos del Kibutz como trofeo a la reconquista de la "tierra prometida".

A un lado, la lechería con vacas ultradesarrolladas capaces prácticamente de dar queso listo en un teta y al otro lado, las ruinas de la que fue el hogar de alguna familia palestina allegada hoy tras el muro en esos ghettos árabes que los judíos sionistas parecen haber recreado al más puro estilo de los ghettos judíos de la Alemania Nazi donde sucumbieron sus propios antepasados. Así de irónico es todo y ellos mismos lo describen.

Pude ver tras el resplandor de las velas del Hanukkah, como se retiraba el bus diminuto que transportaba como ganado a la servidumbre: palestinos enflaquecidos por el hambre que son autorizados a ingresar a Israel, con un carnet especial que los acredita como tal y les permite un "libre" tránsito.

Recordé entonces esas viejas películas que mostraban el esplendor europeo de algunos pocos en plena década de los '40, mientras la Segunda Guerra asolaba el continente. Hitler en sus despampanantes juegos Olímpicos, y al frente la chimenea humeante de los Campos de Concentración. Recordé incluso algún texto que describe la casa de Townley en Santiago, cuando Mariana Callejas celebraba sus emperifolladas rondas literarias en plena dictadura, mientras en el subterráneo de su propia casa, el servicio de inteligencia torturaba sin piedad a quienes son hoy algunos de los Detenidos Desaparecidos de Pinochet.

No hay que tener miedo. Condenamos el holocausto judío y hoy condenamos –oportunamente– el holocausto palestino.

Ir a Palestina, entrando por Tel Aviv, es una experiencia demoledora y desde entonces, es imposible no sentir una pequeña cuota de responsabilidad al ser cómplice de esta masacre, simplemente por no hablar. Pero es tan abrumadora esa experiencia, que intentar describirla se hace cuesta arriba. Porque surge la ansiedad de que comprendan que condenar la masacre palestina, no tiene que ver con el antisemitismo ni es una causa "in" en estos días. Los análisis internacionales, las proyecciones políticas, y el complejo panorama de la zona, quedan a un lado cuando se respira ese aire absurdo de intolerancia y masacre permanente.

La "tierra prometida" es hoy un cuadrillé de pueblos enmarcados en un muro de más de 8 metros de altura que zigzaguea el suelo y forma ghettos palestinos, de donde no hay salida. Apuñados, los palestinos quedaron en algunos pueblos sin conexión entre sí muchas veces, sometidos al ímpetu de los israelitas que deciden qué puede entrar a ese ghetto -o pueblo si prefieres- y qué puede salir. Esto incluye, obviamente, hasta lo más básico como la comida que, estratégicamente, te permite matar de hambre lentamente a quienes están adentro.

Imagina por un instante un largo edificio de 6 pisos, interminable, rodeado de militares anónimos que te encañonan constantemente y que encierran el lugar donde vives. Nada puede salir o entrar a ese lugar, sin que una patrulla de judíos sionistas lo autorice a través del pequeño "check point" dispuesto.

Si tu padre quedó en el ghetto de al frente, o pueblo -si prefieres- deberás visitarlo escasamente y previa autorización. Entonces, tendrás que hacer una larga fila, entre dos rejas como las vacas camino al matadero, ingresarás a una pequeña habitación donde sacarás tu ropa, serás humillado sin derecho a pataleo en tu propia casa, y alguien te gritará en hebreo detrás de un vidrio, si es correcto lo que estás haciendo. Si no, pueden apresarte y te llevarán a otra habitación quien sabe con qué fin.

Si la panadería quedó al otro lado del check point, deberás hacer esta rutina de ida y de vuelta, sólo si tienes la suerte de entrar, para luego ver si tienes la otra suerte de encontrar algo para comer. Así como me han tenido que perdonar los amigos judíos que leen este mail, que me perdonen también los palestinos por simplificar tanto el asunto, pero es en esta rutina cotidiana y abrumadora que todos desconocemos, como logran matar a todo un pueblo lentamente. Ahorcándolo, asfixiándolo cruelmente.

Belén es uno de los más dolorosos ghettos palestinos, porque buena parte del mundo recuerda ese lugar como un sitio histórico que quisieran visitar sin temor.

La plaza de Belén, enmarca la llegada a la Iglesia de la Natividad. Los habitantes de Belén, que obviamente poco y nada comparten el fervor cristiano, respetan a los escasos turistas y valoran ese espacio como el sitio histórico que indudablemente es. Qué distinto entonces ir a Nazaret, hermoso en la pulcritud israelita y prácticamente neutralizado con el fanatismo religioso o ateo -como quieran- de la administración judía que lo gobierna. Si preguntas por alguien llamado Jesús de Nazaret, entrarás a lista de las personas no gratas, aunque simplemente seas un historiador nada de católico. La intolerancia se respira en Israel. El recorrido por Jerusalén con algún judío que quiera acompañarte como guía turístico, llega a ser tragicómico. Solo pasas por fuera del Santo Sepulcro y como quien indica que ahí hay un cruce de calle, te lo señalan.

Esto para los turistas que acaso logran evidenciar este ¿racismo? en un rápido tour. Pero si te quedas solo una noche en Belén, y te atreves a entrar por el Check Point que diariamente deben hacer los escasos habitantes del pueblo que todo el mundo mira el 25 de diciembre, comenzarás a sentir el dolor en el aire.

Las pocas tiendas que hay, abren sus puertas como para no perder la costumbre. La plaza se repleta de hombres enflaquecidos y hasta con el rostro como desfigurado por el dolor, que se pasean en círculo matando el tiempo, vestidos con ropas como de los años 50. No tienen trabajo, no pueden salir de Belén a buscar trabajo. Tienen hambre. Sus mujeres e hijos esperan en casa por algo para comer y ellos deambulan por la plaza, mirando a los escasos turistas y compartiendo algún café con cardamomo.

Las vitrinas están vacías. Puedes comer algún shawarma seco y duro, que quien sabe cuánto tiempo ha permanecido clavado en el asadero. Los judíos no han dejado entrar carne, y el autoabastecimiento, nunca ha sido un ideal que funcione en la práctica. Un pequeño pueblo, rodeado de piedras y arena, al que ni siquiera llega agua con seguridad.

Te paseas como un perfecto idiota en uno de los lugares más emblemáticos para el mundo occidental y entonces decides entrar a un restorán a pocas horas del 25 de diciembre. Un escuálido árbol de navidad parpadea a la entrada, y al menos 10 mesoneros sentados en la barra te reciben con felicidad, llevarás algunas monedas, también judías... que solo podrán transar entre ellos mismos. Eres el único turista que ingresa y el menú es reducido. No hay casi comida, porque la frontera no se ha abierto. Viven en la tierra donde siempre existió su gente, pero hoy no tienen derecho salir, ni a moverse, ni a comer, ni a decidir nada sobre su propio destino. Están presos en su propia casa, esperando... esperando.

Entonces pides un té y un pan con queso. Esa es la cena de navidad que puedes comer en Belén, mientras afuera un grupo de niños y hombres te mira engullendo el queso que han reservado para el turista, con la esperanza de que se mueva la microeconomía que tienen en ese ghetto donde nació Jesús.

Si puedes permanecer más días en Belén, comenzarás a sentir entonces la angustia de vivir en un Ghetto. Comenzarás a sentir la desesperación y entenderás otro poco de la historia: simplemente un buen día, el mundo decidió hacer justicia con un pueblo masacrado como el judío, y en la accidentada división territorial, tu casa quedó al otro lado.

Deberás desocuparla, y partir al ghetto, acarreando las pocas cosas que pudiste sacar, y arrastrando a tus niños entre lágrimas y griteríos. Te instalarás en un campo de refugiados, que se diferencia de los campos de concentración nazis, porque la muerte es más lenta que con el gas. Morirás de locura y hambre y no asfixiado.

Vivirás arriba de varias familias en una habitación (con suerte), sitiado a pocos metros por el muro que te encañona con tanquetas y fusiles, y esperarás con ansias la llegada de algún valiente grupo de turistas alternativos, que quiera "conocer tu realidad". Entonces te comprarán a 10 dólares algún tejido de la abuela, o alguna precaria artesanía que hizo tu esposo en la cárcel condenado a 15 años por apedrear un carro de policías judíos y podrás decidir qué hacer con esos 10 dólares. Lo más probable es que los pases a la olla común, porque te dará mucho dolor ver a los hijos de tu "vecino" con tanta hambre como los tuyos.

Así transcurrirán tus días. Lentamente. Muy lentamente. Siempre esperando como que la pesadilla termine y un buen día te digan, acabó... puedes regresar a tu casa. Pero eso no pasará. Hace 30, 40 años que tu casa ya no existe. En su lugar, hay un país que instaló sobre tu cama, una preciosa lechería de vacas genéticamente perfectas.

Y como no hay territorio donde construir, deberás seguir en el Ghetto delimitado por otros, subsistiendo otros 40 años más hasta que mueras de viejo, con la mejor de las suertes. Tus hijos acaso irán a la escuela, cada vez más llenos de odio e impotencia, porque los escolta el muro, los militares, los tanques que te acechan a cada paso. Hasta que un día ese pequeño se convierta en hombre y entonces definitivamente no encuentre respuesta para entender por qué no puede ir a ese lugar también sagrado para él que es Jerusalén y que está solo a 10 minutos. Hasta que no encuentre respuestas para entender por qué no puede ir a estudiar a una universidad libremente, o casarse y formar una familia dignamente.

Entonces, ese muchacho que criaste en la miseria del Ghetto explotará de ira e impotencia, y juntará un puñado de piedras que arrojará contra el muro que lo somete a la más espantosa miseria. Ese muchacho entonces, será detenido y torturado varios años acusado de terrorismo. La evidencia serán las piedras, y la honda artesanal que fabricó a escondidas. Tu envejecerás esperando su libertad y explicándole a sus hermanos lo que sucede, intentado que ellos no corran la misma suerte, mientras sobreviven ahogados en ese ghetto cada vez más infernal. Y si el muchacho entonces sale, será solo para juntar ahora un puñado de clavos y construir esos famosos cohetes que tanto desesperan a los judíos sionistas.

Los "kassam", tubos artesanales de metal, rellenos de pólvora y clavos, que tienen la fuerza suficiente para subir 8 metros, traspasar el muro y explotar en una lluvia de clavos contra tus opresores y que irónicamente ellos mismos rescatan para transformar en esculturas que adornan sus hermosos jardines y que muestran como una evidencia de la violencia que son víctimas.

Vendrá entonces la primera represalia, un tanto desproporcionada, cinco tanques aplastarán viejos autos palestinos, arrollarán niños que se entrenan en la Intifada ("levantamiento") afinando la puntería con las históricas piedras de Belén.

Mientras revuelves la olla común con escasos porotos y pepinos, escuchas el griterío y la desesperación, como cuando los nazis entraban de golpe al pueblo de mi padre en Brac buscando a los partisanos. Nuevamente el horror te aplasta. Verás a morir a los tuyos, correrás entre el humo con los cuerpos ensangrentados, y los refugiarás en el Ghetto, a la espera de alguien de la Cruz Roja que cumpla la rutina humanitaria mientras José Levi despacha con su espantoso sonsonete español que: "ha empezado una nueva Intifada".

Si la frontera no se abre ni siquiera para la carne, o la leche, más difícil es aun ingresar artefactos que te permitan igualar la violencia de bombardeos aéreos o incursiones con tanques que reprimen las pedradas o los kassam de tus hijos.

Entonces llegará al poder de otro de tus hijos un poco de pólvora y tu se la quitarás. En silencio, sentirás -como ellos en su ferviente adolescencia- que los kassam con ese puñado de clavos, no igualan al poderío militar que te reprime. No tienes trabajo, no tienes comida, no puedes moverte del Ghetto, en tu mente solo existe la necesidad de hacer justicia, no puedes pesar en nada más. No hay futuro.

Darás vueltas en el ghetto una y otra noche, como siempre hace 40 años. Los bombardeos intensifican el bloqueo. No tienes agua, no tienes comida. Tus hijos sobrevivientes están muriendo de hambre y tu estás enloqueciendo. Pasarás muchas noches desvelada, hasta que aprenderás a construir un explosivo casero con esa pólvora. No le dirás a nadie, pero después de 40 años de miseria y represión, estás agobiada. No hay salida y decides que no te matarán de hambre lentamente y que tu muerte entonces no será en vano. Construirás explosivos que esconderás en tu cuerpo. Lograrás pasar el check point y lo harás estallar en el lugar más repleto de judíos que puedas encontrar. Esa es será tu pequeña venganza.

Mientras los restos de tu cuerpo se mezclaron con la sangre de los judíos también muertos, José Levi informará de un nuevo atentado suicida y horas más tarde, anunciará la segunda represalia. Bombardeos aéreos han dado sobre tu campo de refugiados. 290 muertos y 900 heridos en una nueva incursión de uno de los países militarmente más poderosos del planeta, que somete a los esqueléticos terroristas palestinos armados de piedras y cohetes kassam que tras 40 años de miseria y destierro no encuentran solución a su existencia y no se resignan a morir en uno de los ghettos del siglo XXI que reviven a los del Tercer Reich.

Ese fue el titular cuando llegué a Palestina: "Abuelita terrorista se suicida y mata a dos judíos". Tenía 50 nietos, versaba la bajada de la crónica. 50 nietos que habrá criado en el Ghetto, en estas 4 décadas... dónde más.

Después de estar 4 días en Belén, decodifiqué el titular. De-construí el titular y entonces, comencé a sentir cómo era posible enrollarse un montón de explosivos en el cuerpo. Sentí la angustia, abrumadora, la desesperación.

Decidí salir de Belén, angustiada, amargada... aterrorizada, y con una de las tristezas más profundas que he sentido en mi alma, simplemente porque tienes la certeza absoluta de que no hay retorno.

Llegamos a Betjala, que tiene conexión directa con Belén, omitiendo el check point. Entramos al mejor hotel de Betjala, un hermoso edificio de casi 12 pisos, hermosamente decorado, con un salón inmenso en la recepción, un gran comedor, un hermoso bar. Más de 300 habitaciones. Todas vacías.

Pedimos una buena habitación. Estaban todas disponibles. Un gran ventanal. Betjala como deshabitada, detenida en el tiempo. Y nosotros omitiendo un rato el caudal de incomprensiones que teníamos en la cabeza y el corazón. Estábamos escapando, al menos unos días. Teníamos hambre. Esa noche podríamos comer bien. Entonces por teléfono pedimos a la recepción algo de comida. Decidimos bajar al restorán. A las 9 de la noche, un restorán con más de 100 mesas había sido abierto solo para nosotros. La mesa repleta de las más exquisitas comidas árabes, sin exagerar. Todos los mesoneros a nuestra disposición. Estaba siendo difícil huir de la miseria. La teníamos escondida tras el lujo de ese hotel también detenido en el tiempo. Era temporada alta, plena navidad y no habían llegado pasajeros. Comimos lento, pensando en cómo hubieran querido algo de "very tipical food" en el campo de refugiados que habíamos visitado horas antes.

Una cerveza fue el postre y nos instalamos en el hermoso salón contiguo. Prendieron las luces para nosotros y entonces apareció un hombre alto, canoso, amable. Saludó y se presentó como el dueño del hotel. Comenzó una tonta conversación sobre clima. El no quería hablar del tema y nosotros tampoco, pero nuestro inglés chapurreado, tan chileno, pronto lo hizo sospechar sobre nuestra procedencia. Como muchos en Betjala, él también tenía un familiar en Santiago. Entramos en confianza, y entonces preguntamos y preguntamos.

Cómo sobrevivía, cómo mantenía ese hotel y para qué lo hacía en medio de tanta desolación. La conversa cada vez era más triste. Los escasos 200 dólares que podíamos dejar por nuestra estadía, ni siquiera alcanzaban para pagar la electricidad de 1 día funcionamiento del hotel. ¿Por qué no te vas a Chile?, le preguntamos. Uno de sus hermanos vive en Santiago. Sus ojos se llenaron de lágrimas, como si ese tremendo hombre de rasgos tan masculinos, fuera un pequeño nene muerto de susto. Como un comandante derrotado en su trinchera, moribundo, pero impecable y de corbata, él estaba dispuesto a morir ahí, en el precioso hotel que heredó de su padre y que antaño estaba repleto de turistas, viviendo el esplendor de la cultura árabe mezclada con el rito católico de la navidad.

No puedo hablar, dijo tartamudeando y se despidió de lejos antes de marchar. A la mañana siguiente partimos rumbo a Jordania. No pudimos conseguir un auto palestino que nos llevara a la frontera. No queríamos dejar ni 10 dólares más en manos de Israel. Pero fue imposible. Está prohibido y aunque los "territorios palestinos" dan con Jordania, la frontera también es de los judíos.

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